Origami con trampa

A cinco metros sobre el cielo retruenan los martillazos que el demiurgo aboca contra el yunque a golpe de maza. El estruendo rebota en las paredes de la forja y muere en los oídos de la pequeña, que le adora, que le observa; aunque él la odia: su boca minúscula, sus largos dedos y su mirada traviesa le recuerdan a ella. La chiquilla quiere aprender, pero no le deja. Cuando termine de esculpir ese par de estrellas seguirá sin contestar a sus preguntas e irá a la mesa del orfebre a seguir con esos trabajos al detalle que le dan pereza: un fa sostenido, un bostezo, o labrar durante horas algunas gotas de agua. Y la niña, aburrida, se marchará a dar una vuelta por el escaparate donde su padre olvida lo que fabrica: con virutas del suelo amasará un cuerpo y una cara como las de ellos, los terrenos. Pero sus frágiles brazos aún no son capaces de sostener herramientas pesadas, por eso confeccionará su sombra con papiroflexia; voluntariosa aunque desafortunada. A toda prisa el genio constructor pulirá decenas de espejismos para que todo aquel con quien se cruce se convenza de que en realidad no ha visto nada.

Para http://estanochetecuento.com ;febrero 2018. Foto Tom Waterhouse

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